La planta solar Crescent Dunes, ubicada en el desierto de Nevada, fue concebida como una de las instalaciones de energía termosolar más innovadoras del mundo, capaz de generar electricidad incluso durante la noche gracias a su tecnología de almacenamiento en sales fundidas. Con una inversión de 1.000 millones de dólares y un diseño futurista de 10.000 espejos, prometía revolucionar la energía renovable.
Sin embargo, la planta enfrentó problemas técnicos y financieros. Una fuga en el tanque de sales, baja eficiencia y costos de producción elevados (135 USD/MWh frente a menos de 30 USD/MWh de la tecnología fotovoltaica convencional) limitaron su éxito. En 2019, perdió su único cliente, NV Energy, y fue declarada en quiebra en 2020.
Aunque reabrió en 2021 bajo nueva administración, Crescent Dunes sigue siendo un ejemplo de los riesgos asociados con proyectos ambiciosos que no logran adaptarse al avance tecnológico y la competencia en el mercado.
La ambiciosa planta solar que prometía revolucionar la energía renovable terminó enfrentando desafíos técnicos y financieros que llevaron a su quiebra.
La energía solar ha emergido como una solución sostenible frente a los desafíos ambientales y económicos globales. Sin embargo, no todos los proyectos han alcanzado el éxito esperado. Un ejemplo notable es la planta solar Crescent Dunes en Nevada, Estados Unidos, que, a pesar de su innovador diseño y una inversión de 1.000 millones de dólares, enfrentó múltiples obstáculos que culminaron en su fracaso.
El Proyecto Crescent Dunes
Inaugurada en 2015, Crescent Dunes fue concebida como la planta de energía termosolar más grande del mundo. Ubicada en el desierto de Nevada, la instalación contaba con 10.000 espejos dispuestos en una espiral de más de 3 kilómetros de ancho, que reflejaban la luz solar hacia una torre central. Este diseño le otorgó el apodo de “OVNI fotovoltaico” debido a su apariencia desde el aire. La tecnología empleada permitía almacenar energía en sales fundidas, facilitando la generación de electricidad incluso durante la noche.
Problemas Técnicos y Financieros
A pesar de su promesa, Crescent Dunes enfrentó numerosos desafíos. En octubre de 2016, una fuga en el tanque de sales fundidas obligó a detener las operaciones, permaneciendo inactiva hasta julio de 2017. Además, la planta nunca alcanzó su capacidad de producción prevista, generando menos energía de la esperada. Estos problemas técnicos se sumaron a dificultades financieras; el costo de producción de electricidad era de aproximadamente 135 dólares por megavatio-hora, mientras que otras plantas solares fotovoltaicas ofrecían precios inferiores a 30 dólares por megavatio-hora.
Ruptura de Contratos y Quiebra
En 2019, NV Energy, el único cliente de Crescent Dunes, canceló su contrato citando la falta de fiabilidad y producción insuficiente. Esta decisión dejó a la planta sin ingresos, llevando a su cierre y eventual declaración de quiebra en 2020. La empresa desarrolladora, SolarReserve, atribuyó el fracaso a problemas en la construcción y gestión, señalando a la empresa española ACS Cobra como responsable de las deficiencias en la instalación.
Intentos de Recuperación
Tras la quiebra, el Departamento de Energía de Estados Unidos asumió el control de la planta. En 2021, Crescent Dunes reanudó operaciones bajo una nueva administración y con un contrato revisado con NV Energy. Sin embargo, la planta continúa enfrentando desafíos para alcanzar su capacidad total de producción y competir con tecnologías más eficientes y económicas en el mercado de energía renovable.
El caso de Crescent Dunes destaca la importancia de una planificación meticulosa, gestión eficiente y adaptación tecnológica en proyectos de energía renovable. Aunque la innovación es esencial para avanzar hacia un futuro sostenible, es crucial evaluar la viabilidad técnica y económica para garantizar el éxito a largo plazo de iniciativas tan ambiciosas.